miércoles, 10 de septiembre de 2025

DE CABALLOS Y MONTACERDOS

 

PATÍBULO PARA UN CABALLO

¡Increíble ..! La SORPRESA de un brillante prólogo de ALFREDO QUINTANILLA que se tuvo oculto por tantos años, desde los inicios del 90. Que no quiso editar más de un editor... ¿Por qué?
El prólogo es un maravilloso documento. Y Alfredo Quintanilla un excelente y excepcional crítico literario a quien le debo la vida por este prólogo. No conocía en esos entonces de los inicios del 90 a Alfredo.
Me llegó cuando yo sufría un estrés insoportable, que me atormentaba y me quitaba vida hasta las lágrimas... A este refrescante y enjundioso texto le debo la vida, como a su cerebral autor. Gracias.

DE CABALLOS Y MONTACERDOS*
Escribe: Alfredo Quintanilla
Recibida casi con indiferencia y en medio de un injusto silencio, Patíbulo para un caballo, la primera novela de Cronwell Jara es, sin lugar a dudas, una de las más importantes de los últimos veinticinco años. No sólo por su lenguaje que, por momentos recuerda la prosa poética del joven Martín Adán o la exuberante de un García Márquez; ni porque es la primera en abordar a profundidad el mundo de las barriadas de Lima; sino porque se desarrolla en varios registros –lingüístico, sociológico, estético e ideológico– a los que otros narradores peruanos ya consagrados internacionalmente llegaron luego de arduo trajín.
La lectura de Patíbulo para un caballo semeja espectar una película de Fellini o la célebre Novecientos de Bertolucci, es decir, el lector es conducido por un laberinto de sensaciones y emociones: sorpresa, asco, indignación, ternura, compasión, hambre, risa y tristeza que terminan involucrándolo; de manera que uno ya no es el mismo que cuando abrió sus primeras páginas.
Hija del cuento Montacerdos, que Jara publicó en 1981 y emparentada con Guitarrón Florido de 1986, la novela narra la historia del cerco policial a Montacerdos, una barriada ubicada en la ¿Pampa? de Amancaes durante las postrimerías del gobierno de Bustamante y Rivero. Quien cuenta la historia es Maruja, una niña tragalibros y silenciosa, perteneciente a una bandada de palomillas y cerdos –los auténticos montacerdos–, Yococo y Celedunio. Chivillo y Alfalfa, Pablo el Malo y Alunado quienes participan plenamente del drama y la guerra que entablan los adultos por romper el asedio, conquistar la ciudadanía y el derecho a buscar la felicidad.
La historia se sitúa en medio de la contradicción Montacerdos versus policía, que nos remiten a contradicciones más profundas como las que enfrentan al pueblo provinciano migrante contra Lima la nación de los tranvías (p. 100) o frente al Estado oligárquico. Sin embargo, curiosamente, son las contradicciones que se dan al interior del polo de las clases dominantes y no por la presión de Montacerdos y cuyo desenlace es el golpe militar del general Odría, las que permitirán que el sitio sea levantado en el último momento.
Aunque la novela observa el violento choque que produce la migración, su observación es más de tipo sociológico que cultural. Así, el Pólvoras Flores advierte que varias naciones oprimidas quechuas, aymaras, culíes, angoleños, shipibos, huitotos son invasores y por tanto, transgresores del Estado de esta nación de los tranvías.
Gorilón, por su parte, cuando descubre y acepta la naturaleza real de su musa y pone los pies en tierra «se propuso elaborar un libro de historia del Perú, América y del Mundo, desde la perspectiva de los países pobres y dominados por las industrias, las ciencias y las economías de los países ricos...», para educar a las nuevas generaciones de limeños y montacerdinos en «la reflexión crítica de esta sociedad...» (p.359).
Este enfoque sociológico del proceso migratorio impide ver la transculturación que se produce en concreto entre los «piuranos, cajamarquinos, chinchanos, huancaínos» llegados a Montacerdos. Transculturación entendida como el proceso de acomodación a un nuevo lenguaje, nuevos empleos, a la velocidad de la vida cotidiana que caracteriza al capitalismo como dice Guenón; y de asimilación de esos nuevos elementos a las matrices cognitivas y valorativas de su cultura de origen. Es verdad que Patíbulo... presenta las pervivencias del pensa¬miento mítico en algunos personajes –inclusive en Gorilón que habla de la Pachamama– y que no debe ser confundido con las «visiones» propias de un espíritu artístico como el del mismo Gorilón; también es cierto que la novela presenta la recreación de prácticas religiosas o rituales (proce-siones, velorio de ropas, etc.) y la adquisición de nuevas formas de organización social (asociación de pobladores, club de madres pobres, olla común, etc.) que tal vez históricamente aparecieron más tarde. Pero la exploración del tránsito del migrante, psicológico y espiritual, si se quiere, continúa siendo una tarea pendiente para la literatura peruana, según afirma Mirko Lauer.
Jara, que ha ido más allá de su pueblo de origen en la exploración de la oralidad –Las Huellas del Puma– hasta alcanzar la del pueblo negro costeño en Baba Osaím... parece estar especialmente dotado para continuar en este nivel la tarea que inició en su obra José María Arguedas; de tal manera que podamos apreciar la dinámica entre lo viejo y lo nuevo, entre la confusión y el discernimiento, entre el significado y el significante, entre lo cognitivo y lo afectivo, entre lo funcional y lo estético que se produce en el habla del migrante campesino llegado a la gran ciudad.
El telón de fondo de la historia de Montacerdos es la violencia. Pero no sólo la violencia que ejerce la policía contra los inmigrantes sitiados, sino la violencia intestina que los enfrenta a éstos, nacida de los prejuicios ideológicos (el linchamiento de la profesora comunista Celia Ordóñez), del hambre (el saqueo de la tienda de Heraclio Rojas), de la venganza (el asesinato del cholo Mostajo, el conato de linchamiento de Griselda), de la acción punitiva (la lapidación del Puma Santos), de la desesperación (el suicidio de Florencia) y de la ambición (el despanzurramiento del cuerpo de Jer Bruckman). Estando cargada de violencia la novela, sin embargo, no está al servicio de la demostración de la tesis freudiana del instinto de muerte; por el contrario, enhebra satisfactoriamente, a mi entender, los complejos factores que la desencadenan y que fijan sus límites, sin provocar el quiebre de la normas del grupo. Por eso mismo, es necesario destacar que la vida de los sitiados –por más que se desenvuelve en una situación extrema– no es reducida al reemplazo de la palabra por la fuerza en las relaciones humanas. Episodios como los del circo, la procesión, el vuelo de Yococo, la desaforada jornada sexual de Heraclio Rojas y la Santísima, la misa y tantos más expresan esa riqueza y multiplicidad de la vida popular, que Jara recrea con acierto.
Es en el terreno del lenguaje donde el trabajo de Jara destaca con toda nitidez. La fuerza de sus imágenes que provienen de una magistral capacidad de síntesis, transmiten al lector las claves que permiten seguirlo en el develamiento de ese microcosmos llamado Montacerdos, en reconocer en sus polvorientas callejuelas a los sudorosos, alegres, renco¬rosos, hostiles, orgullosos, callados, enérgicos, extraviados –y tantas cosas más– personajes.
Al azar se pueden abrir las páginas de la novela y leer y comprobar la versatilidad y riqueza del verbo de este excelente escritor:
«... y él le correspondía con la guitarra deshojando sus dedos en picaflores, ríos, arco iris con quebradas y puentes colgantes; descifrando el idioma musical de los grillos, las abejas y el rumor de los vientos; el lloro de las pampas, las lágrimas de los abigeos en los floridos cajones de don Prodigios el de los retablos maravillosos...».
«Fauces abiertas, colmillos disparejos y un ojo chico y el otro ojo grande, esa era mamá Griselda en su pánico, orinándose de pie tal vez y con el cuy de su corazón buscando madriguera».
«Una voz de flores, aromas y dichas, era la voz de Liliana Leyva, eso se sabe. Que su canto ordenaba el mundo, obsequiando galanuras prístinas a la luz, luces de bengala y tibieza al sol, gracias de señorita a las palomas, paz a los pájaros y facha linda a las flores; que eso se sentía imperiosamente de la voz de Liliana cuando, feliz hechizo, se la oía, como en cuento de hadas».
«Pompeyo Flores volvió cuando curioseába¬mos con un palito un feto humano con rostro de pez, arrebatado a las ratas; Pompeyo tenía los ojos húmedos, crinuda y aterrada la vaga testa que recordaba a la de un asno, nos mostró en la mano la cabeza decapitada de Scipión el perico».
«Aguijoneados por los alacranes del pánico, apenas se erizó el ventarrón de fusiles, borbotearon los cascos sobre el reseco pellejo de la tierra, crujieron los aperos, tintinearon los metálicos frenos y azules se oyeron los relinchos en los húmedos belfos...» (p. 317).
Y sin embargo... Y sin embargo, la riqueza y finura del lenguaje no basta para construir una buena novela. Como cuando se prueba un rico manjar, el paladar necesita refrescarse o alternar con otro sabor, en ocasiones sentí que la lectura me producía similar sensación. Tal vez porque lectores como yo gozan también con el desarrollo de la historia y ella no se perfila con claridad hasta ya bien entrada la novela. Acaso algunos episodios debieron eliminarse o acortarse, pero la estructura se debilita porque no se ven ingresando a la acción los elementos que configurarán el nudo. Si bien hay una tensión ascendente hacia la última batalla que no llega a producirse por el golpe de Odría –y más bien cabría preguntarse por qué siendo algunos de los montacerdinos apristas no participaron o no tienen noticias del levantamiento aprista ocurrido tres semanas antes del cuartelazo– al final se insinúan elementos de un nudo de tipo policial (la nota en clave en el cadáver de Bruckman, la búsqueda de los diamantes de Pólvora en el cadáver, etc.) que no es resuelto y que más bien deja mal parado a Gorilón.
Nuevas luces nos presta Jara para responder la pregunta –para muchos ilícita o fuera de lugar, aunque plenamente válida y más común de lo que se piensa entre quienes provienen de realidades semejantes a Montacerdos–: ¿qué función cumple la literatura en medio del dolor y la miseria que implica la lucha por una vida digna? ¿Tiene algún sentido leer poesía o escribir cuentos –seguramente Cronwell se lo ha preguntado– cuando lo más urgente es colaborar con empleo, salario, alimentos para superar la realidad de miseria que abate a los peruanos?
A mi entender Jara ha construido exitosamente con el personaje del Gorilón un símbolo del escritor, y nos ha presentado con Liliana la cantora invisible, a la musa inspiradora. Gorilón es el antihéroe, enorme y desmedido en sus formas como en su imaginación, desconocedor y temeroso de su propia fuerza, aislado de las gentes, pacífico, en comuni-cación sólo con las almas sencillas como las de los niños y que alcanza finalmente una convocatoria universal si se une a su comunidad, su pueblo, su nación en los momentos decisivos.
Liliana, como la mujer del profeta Oseas es una prostituta, y como Aldonza Lorenzo una mujer vulgar, pero aquélla al igual que éstas, logra imprimir a la dialéctica cercanía–lejanía del héroe, una transformación en la dialéctica vigilia–ensoñación, de tal manera que las ausencias o facetas ignoradas de la dama de amores son colmadas con la densidad de las creaciones impelidas por sus necesidades afectivas o existenciales.
Ahora bien, en la novela Gorilón evoluciona desde la fase del «amante de las letras» pasivo frente al cerco y más bien rechazado por ser un fenómeno y ladrón, hacia una fase intermedia que podríamos llamar la del «literato–profeta» luego que ocurre su heroica –aunque no buscada– intervención en la primera batalla campal. Al caer herido, viene hacia él, el conjunto de su pueblo a darle ánimos para no dejarse vencer por la muerte, descrita en una hermosa página que viene a ser una recreación del poema «Masa» de Vallejo. Su retorno a Montacerdos es un ingreso triunfal no sólo porque vuelve quien había muerto sino porque es una burla a la policía y una primicia de la victoria que les aguarda.
La pandilla de niños que son sus seguidores, descubre que Gorilón «había cambiado su visión del paisaje y del mundo» luego de haber sido abaleado y capturado. Ya no sólo posee «la pirotecnia de su juego verbal» que tanto les divierte y les hace gozar, sino que tiene una visión que trasciende lo evidente:
«Oigo relinchos, crujir de llamaradas, gritos y execraciones de policías en atropellada de caballos, y un hormiguero de hombres y mujeres defen¬diéndose con uñas y dientes».
El alargamiento del sitio y sus secuelas de violencia intestina, provocan que algunos montacerdinos –luego del apedreamiento del Puma– señalen a Gorilón, pese a que ha robado un buey para la olla común, como el portador de la mala fortuna, «está salado, por culpa de él estamos así, hay que apedrearlo». Pero eso no afectará la vocación de Gorilón. Seguirá «hablando el lenguaje de las flores»y tratando de convertir la función estética de la poesía en función nutricia para el pueblo hambriento (cap. 9 y10).
La crisis vocacional de Gorilón ocurrirá cuando descubra la naturaleza real de Liliana, cuando ocurra la ruptura con su musa, cuando enterado que es una prostituta y acude donde ella, es rechazado (p. 355 cap. 10). A partir de allí «sentará los pies en la tierra», idea el proyecto de escribir un curso de historia del Perú, América y el Mundo y de implantar biohuertos. En esta tercera fase del hombre de letras convertido en «científico social» o militante ecológico, Gorilón cree ver una garantía de eficacia para lograr la «perfecta y verdadera comunicación entre los Dioses y los Hombres» (p. 359).
Este voto a favor de la eficacia de las ciencias sociales en pro de las transformaciones sociales y humanas se ve ratificado en las páginas finales de la novela cuando nos encontramos años más tarde a Maruja, convertida ya en una universitaria a punto de graduarse recogiendo el testimonio de Juana Almontes sobre la historia de Montacerdos, porque «a las ciencias sociales le (s) interesa este acelerado proceso de migración desde los Andes y la selva hacia Lima, en esos años de postguerra y fundaciones de barriadas» (p. 375). A diferencia del dramático encargo final que le hacen los comuneros de Rancas al narrador de «Garabombo el Invisible» la célebre novela de Manuel Scorza para que deje la batalla y huya «para contar» a los demás; aquí tenemos a la narradora que quiere trasladar, traducir, encorsetar los testimonios de muchas vidas en los textos y conceptos de una tesis científico–social.
Aquí parece residir, a mi entender, la ambivalencia en la que navega la novela, pues por un lado termina venciendo la propuesta racionalista cientificista que empieza con el discurso del Pólvoras sobre las decenas de naciones que habitan en nuestro territorio y acaba con la renuncia de Gorilón a la literatura; pero por otro, Jara –felizmente, si de ello es consciente– nos ha entregado Montacerdos y con ella ha dado vida a Gorilón y a Yococo, a Griselda y a Juana Almontes, a las muchachas del burdel El Paraíso y al hombre contrahecho Jer Bruckman. Es decir, gracias a la literatura y no a las ciencias sociales, tenemos hoy arquetipos que pueden no sólo explicar lo que pasa en el mundo de los pobres de las ciudades del Perú, mucho más vívidamente que varias tesis universitarias; sino sobre todo, tenemos símbolos y nuevos mitos que pueden otorgar sentido a la acción de millones de montacerdinos que habitan en nuestras tierras.
Alfredo Quintanilla Ponce
*Artículo publicado en la Revista Ciudad y Cultura No. 27. Lima. Setiembre – Octubre – Noviembre 1991 (basado en la primera edición de Patíbulo para un caballo, editorial Mosca Azul, 1989)

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