miércoles, 9 de julio de 2025

Del Inti Raymi al Inti Party: cuando el sol alumbra el olvido

 


Del Inti Raymi al Inti Party: cuando el sol alumbra el olvido
Por Vidal Pino Zambrano

¿Y si los hombres de los Andes, por nuestro remoto origen asiático, compartiéramos también valores culturales con las civilizaciones de Oriente? No sería descabellado pensar que ciertas virtudes que rigieron la vida andina —la frugalidad, el trabajo colectivo, el respeto al tiempo y al orden natural— tengan paralelos profundos con las enseñanzas del confucianismo y del taoísmo.

En las sociedades influenciadas por Confucio y Lao Tsé, el trabajo no es castigo, sino perfección moral. El ahorro no es avaricia, sino previsión. La educación es un deber ético, no un servicio más. Y la armonía con la naturaleza no se declama en discursos, sino que se practica con disciplina. No por casualidad, países como China, Corea, Japón, Vietnam o Taiwán —con raíces culturales profundas y coherentes— han logrado desarrollarse manteniendo cohesión social, educación masiva y crecimiento económico sostenido. Sin Inti Raymi, pero con valores tradicionales similares.

¿Nos resulta familiar? Debería. En los Andes también floreció una civilización solar, organizada en torno al equilibrio, la previsión y la reciprocidad. El ayni, la minka, la invención de la chaquitaclla, la collca, la rotación de cultivos y la domesticación de animales expresaban una visión del mundo en la que el futuro se construía con sobriedad. El mundo andino tradicional no celebraba el presente como un fin aislado, sino como parte de un ciclo intergeneracional, donde cada acto presente se proyectaba al mañana. En este horizonte, el quepay —el futuro— era concebido como la consecuencia del esfuerzo y la frugalidad del presente. Por eso, otra festividad significativa como el Corpus Christi —ya mestizada pero aún reveladora— conserva ecos de esta lógica ancestral: el paseo de las momias no era solo un rito, sino la expresión de un principio vital andino, donde quienes vivieron con previsión seguían presentes en la comunidad, como guía y ejemplo dentro de un ciclo fundado en el trabajo, la austeridad y la continuidad.

Sin embargo, algo ha cambiado. Mucho. Hoy, el Inti Raymi, que fue ceremonia sagrada y símbolo del orden cósmico, se ha transformado en una suerte de eterno after institucional. Junio en Cusco es una larga resaca programada: pasacalles, influencers, borracheras temáticas, “activaciones culturales” auspiciadas por la nueva trilogía ceremonial —cerveza, ron y whisky— y una montaña de selfies que sepultan cualquier atisbo de sentido ancestral. La chicha, claro, fue exiliada por poco rentable y nada instagramable.

Lo que antes era un reencuentro con el sol, con la tierra y con la comunidad, hoy es un carnaval del olvido. Una celebración sin sustancia. El ayni ha sido reemplazado por el carpe diem con auspicio público. Se goza hoy y se pregunta mañana quién paga la cuenta. Siempre paga el contribuyente y el esforzado que ve su trabajo interrumpido.

Irónicamente, mientras los Andes celebran su propia desmemoria, en el otro lado del Pacífico, se fortalecen culturas que sostienen su desarrollo en valores que alguna vez también fueron nuestros: disciplina, esfuerzo, respeto intergeneracional, armonía con los ciclos naturales. Ellos sin solsticio, sin trajes de inca, sin danzas coreografiadas por consultoras de marketing... pero con superávits e innovación.

Y entonces, ¿cómo llegamos aquí?

La historia reciente del Inti Raymi ayuda a entender. Hace unos 70 años, un grupo de distinguidos caballeros cusqueños —movidos por orgullo indigenista y admiración por el pasado incaico— decidió reinstaurar la ceremonia solar. La intención fue noble, pero cometieron errores significativos: el primero, celebrar el 24 de junio, cuando el verdadero solsticio de invierno —clave para los pueblos agrícolas— ocurre el 21. No fue un simple desliz astronómico, sino una desconexión simbólica con el calendario cósmico que sustentaba la fiesta original.

Más grave fue lo que vino después. Aquella ceremonia pensada para reconectar con los valores andinos —trabajo, previsión, comunidad— se fue transformando, primero en un espectáculo teatral, luego en un festival folclórico, y finalmente en una plataforma de entretenimiento, desprovista de toda conexión espiritual, ética o productiva con su origen. Del rito solar pasamos al spot de EMUFEC (empresa municipal). De la planificación agrícola a la programación del espectáculo. De la civilización del esfuerzo a la cultura del consumismo con aires de cultura.

Como diría Marx en otro contexto: “Un fantasma recorre Europa”. Hoy podríamos decir: un espectro recorre los Andes, el del Inti Party. El hedonismo desarraigado, el folklore vacío, la política sin raíces y la identidad sin contenido. Se canta al sol, pero se vive a la sombra.

Y lo más preocupante: esta lógica ha sido promovida y celebrada por autoridades, opinólogos y medios que confunden identidad con espectáculo, cultura con cartelera y legado con selfie. Lo simbólico ha sido reemplazado por lo rentable. Lo ritual, por lo rentable. Lo ancestral, por lo decorativo.

Por eso —y sin ánimo de aguafiestas— es hora de preguntarnos si el Inti Raymi puede recuperar su sentido. No como reconstrucción de una supuesta arqueología cultural, ni como performance protocolar, sino como oportunidad de cultura asociada a la ética. Tal vez debamos volver a ver en esa ceremonia solar un espejo de lo que fuimos y una guía de lo que podríamos ser: previsores, sobrios, solidarios, respetuosos del tiempo.

Tal vez así, cuando volvamos a gritar “¡Kausachun Qosqo!”, el sol no alumbre solo los flashes, las fotos y las videograbaciones. Tal vez ilumine algo más profundo: la conciencia. Porque una verdadera fiesta no debería ser la glorificación del instante ni una excusa para el olvido, sino un acto de memoria activa, una pausa sagrada para recordar que nuestros antepasados no celebraban el presente por el presente, sino como parte de un ciclo mayor, donde el esfuerzo, el trabajo duro y la previsión eran la base del porvenir. Tal vez, entonces, el Inti Raymi vuelva a ser lo que fue: una afirmación del tiempo, no su evasión.


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